Un bebé llora y a mi no me importa. Elijo el lugar más alejado del patio de comidas para mi bandeja sola, un lugar con la ventana de pies a techo, una vista a un playón vacío que se moja de lluvia de noche.
Amo estar sola, nadie, nadie, nadie a quien consolar, atender, escuchar, fingir que me importa. Nobody to act for, nadie me ve, camaleón perfecto entre la media del shopping en un viernes a la noche.
Un bebé llora y miro con desprecio hacia esa dirección. Vuelvo a mirar por la ventana y se ve la autopista. Me pregunto si en caso de que hubiera un accidente mi corazón latiría más fuerte o solo me molestaría el hecho de que estuvieran todos mirando contra esta ventana.
Una chica limpia lo que todos dejan, su uniforme dice “clara” y pasa un trapo rejilla en círculos precisos. Un mechón le cae por el costado de su colita. El uniforme le queda grande. A todas las chicas les queda grande. Son invisibles, como las señoras de los baños con su platito de monedas. Lluvia, sol, nubes o estrellas pasan sus días frente al espejo sin poder escapar de ese reflejo.
Un bebé llora y miro mi reloj, un ticket caliente de cine me espera en el bolsillo.
Una pareja come cruzado, en otra ella mira, en otra alguien pide perdón, en otra a nadie le interesa, en otra están muy vestidos para este lugar.
Se acerca la hora de levantarme. Odio dejar mi puesto, me parece que de pronto me hago visible y siento la necesidad de desaparecer de nuevo.
Ese bebé que llora no es mío. Háganlo callar.